El camarote
Sabes que te has convertido en un barco cuando sientes el fluir bajo tus pasos, cuando te percatas de que tu mundo sigue un movimiento ondulante, y cuando por sus ventanas ves moverse la línea del horizonte.
De otro modo, eres una construcción varada.
Un barco se compone de una estructura con habitáculos, pasillos y cubiertas, y aunque no aparezca en los planos, en su diseño está una silenciosa, íntima e imperiosa necesidad de navegar.
El lugar donde decido los rumbos es espacioso: ocupa gran parte del navío. A algunos podría resultarles abrumador, cargado de objetos, libros, lápices, tintas, carpetas, y cuadernos con apuntes, croquis o textos a medio redactar.
Es un sitio desordenado para quien no sabe dónde encontrar las cosas. Allí se van apilando mapas, rutas y destinos.
En un escritorio heredado hoy escondo piezas olvidadas por más de una generación, tintas, lapiceras, lupas, escuadras, tijeras y compases, escarapelas y extrañas reliquias que podrían ser apreciadas por algún anticuario.
No sé la causa, pero me identifico con esos pequeños objetos en los que el tiempo dejó una pátina o un desgaste que encuentro de una belleza entrañable. Los sostengo en mi mano, los contemplo, y siempre me cuentan una nueva historia que inspira el desear zarpar hacia el pasado.
Pero el barco está aquí, y ahora estoy en mi camarote.
No tengo un horario fijo para entrar o salir de él. Mi tránsito por sus superficies, estantes y cajones es constante e impredecible, impulsado por ir al encuentro de un objeto, o para bosquejar un proyecto, o para revisar, lupa mediante, los negativos archivados que quizás imprimiré en los próximos días.
En el camarote duermo mis siestas. Hay una sencilla cama que a veces se convierte en una musa que me abraza. Al despertar, generalmente invento o descubro un nuevo itinerario.
Las noches transcurren de manera diferente: a menudo el oleaje provoca insomnio. Esas tormentas nocturnas encuentran oídos prestos al eco de los truenos, y entonces, aún en la total oscuridad de la habitación, los garabatos escritos o dibujados en un cuaderno al lado del lecho son, a la mañana siguiente, la prueba de que sobreviví al naufragio. Si tengo suerte, un nuevo rumbo queda fijado. De ahí en más es cuestión de trazar bosquejos del mapa e ir en busca de recursos y una tripulación de ideas que me acompañe en el viaje.
Acerca de «Cartografías de un marino en tierra»
Este barco ha estado navegando por más de tres décadas, y hoy, (abril de 2020), es la primera vez que este marinero solitario y distraído decide dejar registros, algunos retrospectivos y otros recientes.
Relatos caóticos, absurdos, de aquí, de allá, o de ninguna parte… Y también breves descripciones de sus navegaciones imaginarias.
Lector, piensa en el cuaderno de bitácora escrito por el capitán del Holandés Errante: notas fantasmales, detalles fugaces, palabras e imágenes para ser leídas y vistas por espíritus vagabundos, o quizás por… ti?
Bienvenidos a bordo!
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