El arte tiene más relación con la duda que con la certeza. Por eso, a menudo se lo enfrenta con la ciencia, cuyo objetivo es la obtención de evidencias irrefutables. La ciencia se acerca al arte cuando el científico no da por sentado los hechos y especula con su imaginación. Quizás funcionen distintas áreas del cerebro, pero el objetivo es el mismo: expresar ideas manteniendo el inconformismo, en la búsqueda de un nuevo paradigma.

Esa disconformidad, esa insatisfacción permanente, está en la esencia del hecho artístico. Aunque técnicamente perfecta, toda manifestación artística que no deje planteada (en su forma o contenido) una inquietud o una emoción, puede ser tildada de enciclopédica: ilustrativa, pero no intrigante.

El llamado del arte, múltiplemente dinámico, debería despertar la imaginación del realizador para crear algo incitador y provocador, acicateando la curiosidad del espectador para que intente descifrar el mensaje, si lo hay, o para provocar la asociación de ideas en base al contenido de la obra.

A veces me siento tentado de sustituir la palabra arte por fotografía. A último momento dudo, y dejo a la fotografía separada de toda categoría, un híbrido de ciencia, arte y técnica en el que no resulta fácil cuantificar el rol de cada una. Para orientarnos, quizás habría que preguntarse por la intención inicial al momento de crear.

Puede que me retracte de estas palabras en el futuro: el inconformismo nunca muere, ni siquiera en mis propios pensamientos.